Primera consideración: hay libro que leídos en un momento concreto o a una edad determinada se convierten en parte del adn. No tienen que devenir necesariamente en novelas favoritas o encabezar ninguna lista, pero forman parte del crecimiento como lector y han marcado cotas en tu relación con la literatura y en las tentativas como escritor. En mi caso concreto tengo un puñado de novelas que en su momento me golpearon y dejaron su influencia marcada a fuego. Pienso en novelas como Emma de Jane Austen, Santuario de William Faulkner, El mundo según Garp de John Irving, Amor se escribe sin hache de Jardiel Poncela, Orlando de Virginia Woolf o la novela que ahora nos ocupa, La edad de la inocencia de Edith Wharton, entre otras.
Segunda consideración: me resulta muy difícil hacer la reseña o el comentario de un clásico. ¿Qué se puede decir de La edad de la inocencia que no se haya dicho ya? Que si Premio Pulitzer de 1921, que si obra maestra de la técnica del punto de vista y finísima utilización de la ironía, ejemplo perfecto de qué es un narrador parcial, que si Edith Wharton depuró muchas de las técnicas aprendidas de su maestro y amigo Henry James, que si... ¿Qué se puede añadir? Mi experiencia lectora. Pero, ¿importa? Quiero decir, ¿de verdad interesa qué me pasó cuando leí esta novela por primera vez hace ya muchos años o en las sucesivas relecturas? ¿Por qué esta novela se ha marcado a fuego en mi aprendizaje lector? ¿O mi opinión sobre ella? Opinión que se puede resumir en un adoro esta novela.
Leída unas cinco o seis veces es para mí una de esas obras infinitas que siempre que se vuelve, tienen nuevas capas, consideraciones y matices. Al crecer como lector, una nueva aproximación a la historia de la Condesa Olenska y Newland Archer es encontrarme con otra novela.
Una primera lectura deslumbrado por el argumento y la exploración minuciosa de los sentimientos y personalidad de dos personajes atrapados; Newland Archer, prisionero de una sociedad (la clase aristocrática del Nueva York de finales del siglo XIX) y ansiando todo aquello que queda fuera de ésta y que personifica la Condesa Olenska y ésta atrapada en su libertad y que anhela volver al cómo redil de una sociedad que no la acepta por ser "diferente". Wharton es minuciosa y precisa en su disección de personajes y sociedad. Siempre, eso sí, desde el punto de vista de Newland Archer lo que lo convierte en testigo privilegiado de las contradicciones, falsedades e hipocresías de su mundo, pero a la vez en testigo parcial de lo que sucede. La novela son también los prejuicios, errores y celos del protagonista y su incapacidad de entender el mundo y como asiste al desmoronamiento de todas sus creencias y aquello en lo que confiaba cuando atisba que otra vida es posible.
En posteriores lecturas, la ironía, el humor, ese narrador en tercera persona que sigue a Newland y disecciona sin misericordia a personajes y sociedad. Un mundo que Edith Wharton conocidó (y sufrió) y que erige como protagonista de su novela. La hipocresía, la crueldad tras la sonrisa, la puñalada. La edad de la inocencia es una novela sorprendentemente divertida pese a su fondo dramático. La maldad de Wharton en el retrato de las pueriles y superficiales preocupaciones de una sociedad obsesionada con la apariencia se aprecia en su obsesión por la descripción de flores, ropa, decoración, etc. Todo es juzgado y por todo se juzga.
Y la Condesa Olenska, claro. A los dieciséis años encontrarse con un personaje así, marca. La ansía de libertad y ser ella misma en un universo que te pide ser "otra cosa", pero a la vez las infinitas ganas de ser amada y sentirse querida.
Irene Dunne y Michelle Pfeiffer. Dos actrices para un mismo personaje en las versiones de la novela que se hicieron en 1934 y 1993 respectivamente. Una de esas injusticias del mundo del cine es que la Pfeiffer no se llevase todos los premios existentes (y alguno que se tendría que haber inventado) por su sensible, sutil y matizada interpretación de Ellen Olenska.
Edith Wharton es una de esas escritoras de la que se debería hablar y, sobre todo, leer más. Por suerte podemos encontrar con facilidad gran parte de su obra. Editoriales como Alba, Alianza o Impedimenta posibilitan que la obra de Wharton sea accesible. Esta novela que he comentado brevemente, Las costumbres del país o esa absoluta obra maestra que es Ethan Frome (¿punto de visto? El uso del punto de vista y el narrador parcial es esto. Para mí imprescindible lectura y estudio para cualquiera que quiera escribir), Los niños, sus relatos de fantasmas, etc.
¿Pero a un lector del siglo XXI le puede seguir interesando? Bueno, el tiempo pasa, pero seguimos atrapados por convenciones y en vidas que no queremos. Y, seguramente, la mayor parte de las veces ni nos damos cuenta. ¿Quién se atreve a ser verdaderamente libre?
Otras opiniones